miércoles, 19 de septiembre de 2018

Sueño y realidad: Pudo la obediencia.






 

 

SUEÑO Y REALIDAD:

 PUDO LA OBEDIENCIA


D. Doroteo fue preconizado Obispo con el título de Castabala y auxiliar de Santander el 6 de Marzo de 1956. Estaba en León. Se lo comunicaron y aquel día estuvo a punto  de derribarse su proyecto de vida. Vio debilitarse sus ansias de soledad y de trabajo sin escaparate. En él anidaba el apostolado hecho sin pantallas que lo pregonaran. Quería entrar en los corazones con su palabra evangélica y su ejemplo silencioso. Pero era más el peso del respeto a la autoridad. Recordaría aquel hecho de un Papa cuando le nombraron para dirigir la Iglesia que se puso de rodillas y uno de los Sres. Cardenales, al verlo abatido, se acercó diciéndole: coraggio. Sí, se necesita coraje para afrentar tal situación.
A D. Doroteo también pudo más la obediencia al Romano Pontífice y aceptó. Y lo hizo con humildad y resignación. Era una conducta que se le había de notar en su continuo deambular por la vida.


Sus comienzos de Obispo.
Fue a la capilla del Seminario y también a la Catedral, la hermosa Catedral de León que tantas veces frecuentaba. Pero esta vez era para ponerse de rodillas ante el Sagrario y allí desahogarse con su Señor. ¡Cuantas cosas pensaría y diría en aquellos momentos! Solamente él y su Dios lo sabían.
Aquella noche fue larga. Infinidad de pensamientos contradictorios como ángeles y demonios, como susurros que no se acababan. Le hubiera gustado quedarse en su casa todo el día. Pero sabía que la gente le esperaba, que muchos querrían hablar con él, los conocidos y aún los no conocidos. Sabía que le darían el parabién, y que él tendría que sonreír, dando las gracias sin fingimientos. Al fin y al cabo era una labor de Iglesia.
Apenas salió de su casa, de la calle San Pelayo, en donde residía, se acercaban a él congratulándose de lo que consideraban un acontecimiento leonés. Traspasó la plaza de la Regla para ir al Seminario de San Froilán. En esa plaza, a la sombra de la catedral, le esperaban grupos de gente, entre las que se encontraban mujeres de Acción Católica con quienes tantas conversaciones jugosas habían tenido en sus reuniones periódicas, y, cómo no, soldados del Regimiento de Burgos, del que es Capellán, que llevaban misivas de sus jefes. Pero donde fue una verdadera fiesta es en el Seminario de San Froilán con los profesores y alumnos que no cesaban de manifestarle su alegría y felicitación. Así pasaron los primeros días, que era motivo de satisfacción, pero que él pensaría, según demostraba con su carácter, que era una polvareda que se levantaba momentánea para luego venir a la dura realidad.

La isla del pantano.

Su manera de pensar se le notaría durante la  vida. Y lo mostraría con la visión espectacular de la isla de un pantano. Sus únicas vacaciones las disfrutaba en el verano. Salíamos de Badajoz a mediados de Julio. Emprendíamos el viaje temprano para llegar a Santander antes que el sol desapareciera. Pasábamos, rodeando la pétrea cruz de los caídos y la monumental ciudad de Cáceres, en dirección a Plasencia. Al llegar al término municipal de Garrovillas de Alconétar, la vía férrea va muy cerca de la carretera y los viajeros saludan desde las ventanillas. Suelen ser jóvenes los que alborotan, levantándose de los asientos y moviendo sus rostros. Nosotros correspondemos haciendo sonar la bocina del coche, mirando a la derecha por donde discurre tranquilo el tren.

Girando la vista a la izquierda aparece el pantano de Alcántara, el segundo mayor de España. Sobre sus tranquilas aguas sobresale un espectacular islote, con una hermosa torre, rodeada de vegetación.
            Ahí me gustaría vivir, dijo D. Doroteo.
Se le notaba emocionado. Miraba muy atento. Las aguas del embalse, construido en 1969, habían sepultado a la antigua ciudad de Alconétar con sus obras arquitectónicas y sus vías de acceso, ya en ruinas. En verano, cuando desciende el nivel de las aguas aparece visible, cada vez más, la torre de Floripes. La ciudad queda oculta, pero la torre árabe sobresale orgullosa, con saludo a toda la campiña, mostrando su esplendor, acompañada de exuberante verdor de hierba y arboleda. Toma el calor del sol y la brisa perfumada de las aguas.
          Ahí me gustaría vivir –repetía D. Doroteo todos los años cuando aparecía el pantano con la solitaria y llamativa isla, rodeada de agua y, para él, de encantadora acogida.

No es difícil imaginarlo, sentado en una vulgar silla en la puerta del edificio, junto a un árbol, con un libro entre las manos de pastas negras, muy negras, no porque esté de luto, ni sea lóbrego su mensaje, sino porque guarda hojas blancas con luz propia que enaltece, con cantos dorados e impregnadas de letras rojas y negras que recitan en su oración diaria los clérigos que conectan con el Altísimo. Es el breviario por el que reza todos los días y que en este lugar le daría un sabor especial.
Sin ruidos de automóviles, sin bullicio de gentes, leería algunos de los muchos tratados que tiene, o escucharía una emisora de radio para estar al día de los sucesos. Y, sobre todo, prepararía algunos temas de su especialidad en Sagrada Escritura para exponerlo al que le visitara o publicar al mundo el buen mensaje de Dios. Tomaría una fugaz comida y después de ella, con una cachimba en los labios, quizás la que le enviaran sus amigos de Méjico, saboreando el tabaco de pipa. Parece que le estoy viendo pasear, vestido con su sotana negra, alrededor de la torre con el libro entre las manos, como paseaba por los campos de su pueblo natal en verano. Levantaría la vista para contemplar los barcos  que se deslizan sobre las aguas, a los pescadores pacientes con la caña en la mano, las aves sobrevolando en busca de un pez que le sirva de alimento.
Así le gustaría transcurriera los días y los años. Así era su carácter, quizás innato, quizás inculcado en su ser al contemplar el ambiente que le rodeaba. Ha querido diferenciarse de los demás, siendo sencillo sin hacer ruido, siendo humilde sin la bandera del orgullo, obrar sin aspavientos, andar sin levantar polvo, con un libro entre las manos contemplando la naturaleza. Bien se le había gravado las palabras del evangelio “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.
Así le hubiera gustado vivir siempre, pero la obediencia le ha hecho golpear sus sentimientos y ha tenido que aceptar los acontecimientos austeros, acomodándolos a su forma de vida.

Realidades.
Por eso, no es de extrañar que no se le recuerde con el fervor que a otros personajes se les recuerda, a pesar de sus evidentes desvelos por la diócesis pacense y las muchas cosas buenas que nos dejó: La admirable doctrina que impulsó; las actividades diocesanas que realizó; la primera Asamblea Diocesana que se celebró en Badajoz (22-IV-1966) para conocimiento del estado de toda la diócesis; la primera  estructuración y puesta en marcha del Consejo Presbiteral; la introducción en la diócesis del Movimiento de Equipos de Nuestra Señora y el especial empuje al Movimiento de Cursillos de Cristiandad; su preocupación y animación por la actividad de Cáritas; la marcha de varios sacerdotes a Misiones de África y América; la pujanza de nuestro Seminario Diocesano, a pesar del la crisis que había en España y en Europa; el sagrado orden de presbítero que confirió a gran número de estudiantes, competentes en estudios eclesiásticos; las distintas asambleas, reuniones y contactos personales que fomentó; las parroquias que creó; la residencia diocesana que mandó hacer y su influencia para que se hicieran viviendas a familias necesitadas; a los clérigos y laicos que animó al recto proceder; el dolor ante  la corrección a algunos sacerdotes que se vio obligado a hacer (siempre con el beneplácito de sus asesores); las disposiciones para discernir bien la conducta cristiana; etc... De todo podría sentirse orgulloso, pero, dada su  sensibilidad hondamente religiosa y leal a sus convicciones, ninguna ostentación manifestó.
Los que le conocían y trataban en la intimidad, lo consideraban como un “Prelado sencillo, modesto, laborioso, ejemplo de fidelidad total a su compromiso evangélico, a su misión de pastor, a su empeño evangelizador y santificador.”

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