viernes, 7 de septiembre de 2018

Campo de fútbol convertido en iglesia








CAMPO DE FÚTBOL CONVERTIDO EN IGLESIA


Confiere Órdenes Sacerdotales.

            Una de las celebraciones en las que el Obispo confiere las órdenes sacerdotales fue el 29 de Junio de 1969. Se hizo en  el Estadio Municipal de Mérida. En esta Ciudad estaba concentrada la Juventud Rural Católica (JCAR) de toda la provincia. Quieren participar. Será la clausura de su curso anual, el broche de oro de todas las reuniones que habían tenido. El Obispo accede a ello.
            Van a ser ordenados  diez nuevos presbíteros.
El escenario lo preparan con meticulosidad diversos organismos de la localidad. En el centro del verde césped del campo de fútbol, colocan una tarima, sobre la que está el Altar. A los lados, unos bancos para los ordenandos.
Asisten las Autoridades de Mérida, los familiares de los futuros sacerdotes, más de 50 presbíteros de la provincia, unos 1.500 jóvenes y mucho público. Oficiará la sagrada ceremonia el Sr. Obispo Administrador Apostólico, acompañado de sus Vicarios, Arcipreste y ayudantes de liturgia.

 Ceremonia.

La ceremonia comenzó a las siete y media de la tarde. La liturgia es como siempre, igual que en los templos sagrados.
El Obispo con sus ornamentos episcopales. Los ordenandos visten con amito, alba y estola diaconal. Todo de blanco. Comienza un canto religioso. La gente mira al Obispo y a los  emocionados muchachos que están de pié y tienen sus ojos fijos en el Prelado.
Se hace un silencio que solo permite el silbido suave del viento y el aleteo de unas palomas que cruzan el campo de fútbol. El Obispo los mira detenidamente y pronuncia los nombres de cada uno. Son diez. Ellos responden de su presencia. Han dicho su nombre con voz fuerte, pues quieren se les oiga bien, que están allí, que quieren recibir los dones del Espíritu.

Educador.

Es un momento de tensión. Todos los fieles miran a un sacerdote que se coloca entre el Obispo y los ordenandos. Es uno de los colaboradores en la formación de los candidatos. Viste de sotana negra cubierta con sobrepelliz blanca y fino bordado, su postura es elegante, bien cuidados los pocos pelos que le quedan en la cabeza, le brillan los zapatos negros. Se dirige al Prelado y le pide en nombre de la Iglesia, con voz clara y suplicante, se les confiera el Orden Sagrado del Presbiterado. El Prelado levanta la cabeza, le mira y le contesta con una pregunta:
   ¿Sabes si son dignos?
  Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.
El Obispo promete  que son elegidos con el auxilio de Dios y de Jesucristo. Primero, quiere asegurarse bien de sus intenciones. Y ante las preguntas que hace, los designados van respondiendo que están dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal como buenos colaboradores del Orden Episcopal, que realizarán la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría, que están dispuestos a celebrar fielmente los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, que serán solícitos a invocar la misericordia divina por el pueblo que le sea encomendado.

Los jóvenes y el Obispo.
 
Julián, que es uno de los jóvenes, se acerca  al Obispo, se postra de rodillas ante él y oye que le dice:

·         ¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?
·         ¡Prometo! –contesta con voz firme.
Todos los fieles presentes veíamos que José, Casimiro, Juan José,  Mateo, Javier, Enrique, Pedro María, Antonio y Manuel miran nerviosos a su compañero y, cuando se levanta, se van acercando uno a uno para hacer lo mismo. Eran los elegidos.
Momento de emoción. El campo de fútbol, convertido hoy en Iglesia, se llena de plegaria musical. El Coro interpreta las letanías de los santos mientras ellos están postrados en el suelo y los fieles de rodillas. Piden ayuda para ese ministerio que libremente han escogido. En todo el espacio se oye retumbar el ruego que se hace a los santos:  Te rogamos óyenos.
Apenas se han puesto de pié al terminar las letanías, todos los sacerdotes que asisten a la ceremonia, empezando por el Obispo, imponen, conmovidos, las manos sobre  la cabeza de cada uno de los diez jóvenes. Son momentos de expectación. Los que se consideran más allegados, tardan más. Siempre hay alguien que les hacen señas de que otros esperan colocar sus manos, posándolas unos con fuerza y otros suavemente.
La ceremonia va finalizando. Pero antes de comenzar la Eucaristía, el Obispo le  unge las palmas de las manos con el sagrado Crisma, el que se consagró el último Jueves Santo y les deposita el pan y el vino. Terminan vistiéndoseles con la estola y casulla, distintivo del sacerdote. Ellos miran con humildad al pueblo. Las gentes sonríen, tienen ganas de aplaudir, pero lo sustituyen, por respeto a la devota ceremonia, levantando las cabezas para mostrarles su contento con la mirada, lanzada como flecha de amor sincero.
Ya son sacerdotes. Como tales deben ser considerados. La Eucaristía la celebran con el Obispo, estrecha unión del sacerdocio de Cristo.

Las homilías a los nuevos presbíteros.

En todas las Órdenes Sacerdotales que confiere el Sr. Obispo, les predica a los ordenandos sobre la importancia del acto y compromisos sacerdotales.
Las palabras pronunciadas por D. Doroteo, en estas ocasiones, se comentaban elogiosamente. Eran consideradas como una exposición clara, práctica y evangélica de lo que debían conocer los nuevos presbíteros:
“Sabéis que en la economía religiosa del Nuevo Testamento no existe más que un solo y verdadero sacerdocio, el de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim., 2, 5) pero en virtud del sacramento del Orden, vosotros os habéis hecho partícipes del sacerdocio de Cristo, a tal extremo que vosotros no solamente representáis a Cristo, no solo ejercéis su ministerio, sino que vivís a Cristo. Cristo vive en vosotros; podéis decir, que en cuanto estáis asociados a Él en un grado tan alto y tan pleno de participación en su misión de salvación, como decía san Pablo de sí: vivo yo, mas ya no yo, es Cristo el que vive en mí
Sencillamente tratamos de resumir en una sola palabra todo lo que se puede decir y pensar sobre el acontecimiento de la ordenación sacerdotal que está a punto de realizarse en vosotros. Y la palabra es transmisión. Transmisión de una potestad divina, de una capacidad de acción prodigiosa, tal como corresponde solamente a Cristo...
Figuraos que Cristo mediante la imposición de nuestras manos y las  palabras significativas, bajó de lo Alto y os infunde su Espíritu para haceros  a vosotros sus ministros eficaces, haceros a vosotros mismos vehículos de la palabra y de la gracia...
¡Lo que sucede en vosotros por la ordenación sacerdotal produce verdadero vértigo! ¿Cómo daré gracias  al Señor por todo cuanto me concede? Puede decir cada uno, al sentirse investido de la acción trasformadora del Espíritu Santo. Vosotros os convertís para vosotros mismos en objeto de admiración y de veneración. No lo olvidéis jamás...”


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