(Parte III y última)
–
¿Contáis con medios?
– Los
dos bajamos la cabeza sin saber qué decir.
Al
fin le contamos nuestra aventura: Que
nos había encontrado desprevenidos y no sabíamos hasta donde podríamos llegar.
Se
levantó del asiento, sin decir nada, y se fue a su dormitorio. Al volver nos
entregó un sobre abultado diciendo que era para que le aplicáramos unas misas.
Fue una sorpresa más de la Providencia que se encargó regalarnos. Eran billetes
de mil liras. Cada billete era más grande que los de España –le llamábamos “sábanas”–
y, sin embargo, equivalían a la octava
parte de dinero español. Ni que decir tiene que la despedida fue de lo
más cordial.