BADAJOZ SIEMPRE FESTEJÓ EL
CORPUS
Badajoz
siempre se ha distinguido entre las ciudades que celebraban la fiesta del
Corpus Christi. La solemne Procesión, que, por concesión especial, sale por la
tarde desde la Catedral,
recorre las calles y plazas con gran pompa y religiosidad. Con su espléndida
Custodia, en donde es llevado en triunfo el Cuerpo de Cristo, con humeantes
incensarios, con músicos que estremecen los aires con sus melodías. Las calles
tapizadas de flores o follaje al paso de la Eucaristía, los
balcones engalanados con hermosas colgaduras, los niños de primera comunión
nerviosos, los clérigos de blancas albas, los fieles mostrando igualmente su
respetuoso y ardiente fervor religioso, rindiendo homenaje público a Jesús.
Tal
era el entusiasmo de fe en la
Eucaristía, que cuando llega el Obispo D. Francisco Valero y
Losa en 1708 a
nuestra ciudad, queda sorprendido de esta devoción, que observa tan arraigada. Inmediatamente reúne al Cabildo de
la Catedral
y muestra “el deseo de que se haga un Tabernáculo con gran magnificencia y
grandeza, muy lleno de tallas, figuras y pinturas para nuestra Catedral, que
fuera digno de las Eucaristías que se celebraban, especialmente el día del
Corpus”. Y manda hacer el “costosísimo y primorosísimo” que tiene el Altar
Mayor, de estilo barroco. Y que hasta el día de hoy se puede admirar.
Pero
esta explosión de júbilo no se manifestaba solamente en los ritos litúrgicos.
También en los actos populares. En este día se colocaban a los pies de la Torre unos entarimados y se
representaban Autos-Sacramentales. Acudían los niños con sus zapatos nuevos,
camisa blanca y pantalón corto. Iban agarrados de la mano de sus madres. Ella,
con su falda larga y blusa recién estrenada, luciendo el broche sobre el pecho,
las relucientes pulseras y los llamativos pendientes. El padre les acompañaba
con el traje nuevo y la silla en la mano para descansar durante la función. La
plaza de san Juan se llenaba de gente. Allí permanecían atentos y gozosos
contemplando a los comediantes que estimulaban y deleitaban a los fieles.
Estos
espectáculos fueron degenerando al representar comedias profanas que desdecían
de la religiosidad en tales conmemoraciones. Y el Obispo D. Juan de Herreros
manda suprimirlos después de oír “los pareceres de hombres doctos y
catedráticos de universidades”, documento que firma el 8 de julio de 1680 el
Notario Mayor D. Sebastián Aldana. Esto no fue óbice para que siguiera
celebrándose la fiesta con gran esplendor y entusiasmo.
También
las autoridades civiles estaban sensibilizadas con esta fiesta, se adhieren a
ella y organizan corrida de toros, junto con otras actuaciones. Así, el
Ayuntamiento de Badajoz acordó en Abril de 1633 que “porque la fiesta más
lucida y celebrada en esta ciudad es la del Corpus Christi y por más festejo de
ella, el lunes antes del día de dicha fiesta haya una alegría de toros en que
se lidien 12 toros y se nombren comisarios a los Srs. Jorge de Silva y Domingo
Díaz Jaramillo, regidores”.
En
nuestros tiempos de democracia, los cristianos han quediro dejar los
espectáculos que puedan distraer lo proncipal: el gran Don de la Eucaristía.
Una
tarde-noche se reunió Jesús con sus discípujos. Les dijo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros.”
Era un momento solemne. Escucharon con atención y respeto. Juan y Pedro, que
estaban a la izquiera y derecha del Maestro, se miraron atónitos.
Jesúcristo
tomó pan, lo partió, lo bendijo y, con voz de majestad suprema, pronunció estas
palabras sublimes: “Tomad, comed, este es mi cuerpo, que es dado por vosotros”.
Después tomo el cáliz lleno de vino, hizo sobre él la bendición y dijo: Bebed
todos de él, pues esta es mi sangre que será derramada por muchos” (Mt. 26,
20-28).
Ninguno
se atrevió a replicarle. Sabían que sus palabras eran vida y su fuerza la
habían experimentado en muchas ocasiones. Que dijo a los vientos que se serenaran y callaron los
vientos. Que dijo a un muerto que volviera a la vida y con sola supalabra quedó
resucitado. Que dijo a un enfermo que desapareciera la fiebre y quedó sano. Su
palabra no la podían poner en duda Comieron reverentes y bebieron.
Jesucristo
no se quedó ahí, quería que eso quedase en su Iglesia hasta el fin del mundo. Y
dio poder a ellos para que lo hicieran, y para que fuesen comunicando la misma
potestad a los sucesores. Por eso los cristianos, lo mismo que aquellos
hombres, creemos que Jesucristo, en la Eucaristía, se ha quedado con nosotros
para ser nuestro compañero de viaje y nuestro alimento. Motivo gozoso que
celebramos de modo solemne y público el día del Corpus Christi. Una fiesta que
estableció el papa Urbano IV en 1264, con regocijo de la Iglesia Universal.
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