viernes, 4 de mayo de 2018

El Cordero








                                                    EL CORDERO
                                  


(Escudo y sello de nuestra Catedral)

Oí un silbido. Era un silbido fuerte y evocador de mis tiempos pasados. Me levanté de la silla y me acerqué al balcón. Alcé la vista. Era muy de mañana y el sol empezaba a besar los tejados de las casas. Un gran edificio tenía delante de mi y no me dejaba ver el claro horizonte. Y quería verlo.
Bajé aprisa las escaleras de mi tercer piso y crucé la calle. En la esquina había una mujer, vestida de negro, barriendo. Desde allí contemplé una de las escenas que, por vivir en la ciudad, no había vuelto a deleitar el espíritu.
Era un rebaño de ovejas con sus corderos. ¿200, 300? No sé. Iban todas juntas, como pedazos de nubes blancas. Primero una, luego otras y detrás todas, con paso lento y sin descansar; en silencio profundo y obedientes, con suave elegancia. Cerrando el cortejo, un pastor con su zurrón y su garrote. Junto a él un perro, animal que no mediría dos cuartas del suelo.
Al silbido del pastor corría el perrito con ladridos hacia la cabecera del rebaño. Y las ovejas y corderos torcían a la derecha sin un quejido, disciplinados y dóciles, como olas apacibles en medio de un mar alborotado. Después en el campo, las encontraría con un sopor pegajoso, en el calor del mediodía, formando una gran roca agrietada en mil fragmentos, apiñados unos a otros como piñones vivos que se fortalecen mutuamente.
El cordero es considerado como el símbolo de la dulzura, de la mansedumbre, de la perfección.
La Biblia habla de él, en el Antiguo Testamento 120 veces. Y lo hace en orden al sacrificio. Con las manos alargadas, lo escogen los israelitas por su inocencia, por su integridad, que se deja trasquilar sin la menor protesta, que va al matadero sin abrir la boca. Era todo un signo representativo para celebrar la Pascua Judía.
Más tarde, los evangelios presentan el título de Cordero de Dios. Título referido a Jesucristo con un rico contenido que quiere explicar lo inexplicable. San Juan lo expone dos veces en su Evangelio y veintiocho veces en el Apocalipsis. Título llamativo y poco usual, que fue la primera chispa que encendió su vida entera, que le empujó a seguir al maestro, preguntarle donde vive y el primer resquicio por el que penetró la luz que había de alumbrarlo para siempre. En el Apocalipsis presenta al Cordero como único capaz, con su poder, de abrir el libro de los siete sellos, ante los ancianos que, asombrados, se postraban en tierra.
La Iglesia considera este mensaje con tal resonancia y tales sugerencias que, como si se tratara de un himno en Olimpiadas, canta a pleno pulmón por todo el mundo, en la noche Pascual de todos los años: “Cordero sin pecado / que las ovejas salva / a Dios y a los culpables / unió con nueva alianza.”
En el Retablo Mayor de la Catedral de Badajoz, en la altura de sus bóvedas, en los artísticos altares, sobre las viejas puertas y en cualquier lugar del Claustro o del Templo... encontramos el Cordero sobre el Libro apocalíptico. Y es que, como concursante que ha dado en la diana, lo tiene como su escudo y sello, desde su fundación, en el siglo XIII.



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