EL CORDERO
(Escudo y sello de nuestra Catedral)
Oí un silbido. Era un silbido fuerte y
evocador de mis tiempos pasados. Me levanté de la silla y me acerqué al balcón.
Alcé la vista. Era muy de mañana y el sol empezaba a besar los tejados de las casas.
Un gran edificio tenía delante de mi y no me dejaba ver el claro horizonte. Y
quería verlo.
Bajé
aprisa las escaleras de mi tercer piso y crucé la calle. En la esquina había
una mujer, vestida de negro, barriendo. Desde allí contemplé una de las escenas
que, por vivir en la ciudad, no había vuelto a deleitar el espíritu.
Era
un rebaño de ovejas con sus corderos. ¿200, 300? No sé. Iban todas juntas, como
pedazos de nubes blancas. Primero una, luego otras y detrás todas, con paso
lento y sin descansar; en silencio profundo y obedientes, con suave elegancia.
Cerrando el cortejo, un pastor con su zurrón y su garrote. Junto a él un perro,
animal que no mediría dos cuartas del suelo.
Al
silbido del pastor corría el perrito con ladridos hacia la cabecera del rebaño.
Y las ovejas y corderos torcían a la derecha sin un quejido, disciplinados y
dóciles, como olas apacibles en medio de un mar alborotado. Después en el
campo, las encontraría con un sopor pegajoso, en el calor del mediodía,
formando una gran roca agrietada en mil fragmentos, apiñados unos a otros como
piñones vivos que se fortalecen mutuamente.
El cordero es
considerado como el símbolo de la dulzura, de la mansedumbre, de la perfección.
La Biblia habla de él,
en el Antiguo Testamento 120 veces. Y lo hace en orden al sacrificio. Con las
manos alargadas, lo escogen los israelitas por su inocencia, por su integridad,
que se deja trasquilar sin la menor protesta, que va al matadero sin abrir la
boca. Era todo un signo representativo para celebrar la Pascua Judía.
Más
tarde, los evangelios presentan el
título de Cordero de Dios. Título referido a Jesucristo con un rico contenido
que quiere explicar lo inexplicable. San Juan lo expone dos veces en su Evangelio
y veintiocho veces en el Apocalipsis. Título llamativo y poco usual, que fue la
primera chispa que encendió su vida entera, que le empujó a seguir al maestro,
preguntarle donde vive y el primer resquicio por el que penetró la luz que
había de alumbrarlo para siempre. En el
Apocalipsis presenta al Cordero como único capaz, con su poder, de abrir el
libro de los siete sellos, ante los ancianos que, asombrados, se postraban en
tierra.
La Iglesia considera
este mensaje con tal resonancia y tales sugerencias que, como si se tratara de
un himno en Olimpiadas, canta a pleno pulmón por todo el mundo, en la noche Pascual
de todos los años: “Cordero sin pecado / que las ovejas salva / a Dios y a los
culpables / unió con nueva alianza.”
En
el Retablo Mayor de la Catedral de Badajoz, en la altura de
sus bóvedas, en los artísticos altares, sobre las viejas puertas y en cualquier
lugar del Claustro o del Templo... encontramos el Cordero sobre el Libro
apocalíptico. Y es que, como concursante que ha dado en la diana, lo tiene como
su escudo y sello, desde su fundación, en el siglo XIII.
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