jueves, 31 de mayo de 2018

D. José Garcia






D. José García
Esta mañana no le he visto. Últimamente, todos los días lo encontraba  andando por la acera pausadamente con una bolsa de plástico en la mano diestra.
   Llevo el pan a casa –me decía–. Su voz era sugestiva y suave como una nota musical que agrada. Últimamente le encontraba triste por alguna enfermedad que le aquejaba.
Don José era mayor y, sin duda, salía de casa temprano por obediencia a su médico que le aconsejaba moverse y, conociéndole, no es de extrañar fuese una forma más de hacer un servicio.

Lo traté hace muchos años. Ya en 1942 descubrí su delicadeza en el trato, cuando yo hacia unos exámenes.
D. José García Fernández fue rector del Seminario, profesor de Instituto de Enseñanza, Capellán del Ejercito del Aire, Consiliario de varias Asociaciones. Pero ante todo, era sacerdote.
Conversaba con todos, escuchaba a todos, respondía a todos. Era un hombre bueno que hablaba del buen Dios con amor, hablaba de la Virgen María con pasión, hablaba de las personas con respeto y veneración.
Amigo del Obispo D. Doroteo Fernández. Tenían la misma edad. Los dos habían nacido en Junio de 1913. D. Doroteo nació el día 4, D. José el día 6. Se diferenciaban solamente en dos días sus edades. Habían coincidido en Roma. Los dos estudiaron allí y sacaron las licenciaturas correspondientes a sus estudios. Después de terminar, uno marchó a Badajoz y otro a León, sus residencias habituales. En el año 1962 volvieron a juntarse en la Capital pacense y se renovó su estrecha amistad.
Hoy, yo no he podido hablar con D. José. Se ha muerto.
Ya no podré escuchar sus acertadas palabras en cualquiera de los asuntos que le planteaba. Se ha muerto.
Era un hombre muy instruido. Pero, sobre todo, era sacerdote. Y sus conversaciones tenían un sello de amor. El amor que había bebido en la Iglesia de Cristo.
Su funeral, de corpore insepulto, se ha celebrado en la Catedral Metropolitana de Badajoz el día 10 de Mayo de 2002. Era canónigo de la misma. Más de 100 sacerdotes concelebraron en la santa Misa, presidida por el Sr. Arzobispo, Excmo. y Rvdmo. Sr. Antonio Montero Moreno, manifestando el aprecio que le tenían.
El Templo se llenó de fieles: Mujeres, hombres, jóvenes, profesores, alumnos, militares, políticos. Tantas personas asistieron que no fueron suficientes las sillas supletorias que se colocaron. De pie permanecieron hasta el final, sufriendo la incomodidad, para hacer oración por él y para rubricar que su labor había sido útil, agradable y provechosa.
Era una forma de agradecer sus trabajos y de testimoniar la admiración al sacerdote, al amigo.

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