D. José García
Esta mañana no le he visto. Últimamente, todos los días lo
encontraba andando por la acera pausadamente con una bolsa de plástico en
la mano diestra.
–
Llevo el pan a casa –me decía–. Su voz era sugestiva
y suave como una nota musical que agrada. Últimamente le encontraba triste por
alguna enfermedad que le aquejaba.
Don José era mayor y, sin duda, salía de casa temprano por obediencia
a su médico que le aconsejaba moverse y, conociéndole, no es de extrañar fuese
una forma más de hacer un servicio.
Lo traté hace muchos años. Ya en 1942 descubrí su delicadeza en el
trato, cuando yo hacia unos exámenes.
D. José García Fernández fue rector del Seminario, profesor de
Instituto de Enseñanza, Capellán del Ejercito del Aire, Consiliario de varias
Asociaciones. Pero ante todo, era sacerdote.
Conversaba con todos, escuchaba a todos, respondía a todos. Era un
hombre bueno que hablaba del buen Dios con amor, hablaba de la Virgen María con
pasión, hablaba de las personas con respeto y veneración.
Amigo del Obispo D. Doroteo Fernández. Tenían la misma edad. Los dos
habían nacido en Junio de 1913. D. Doroteo nació el día 4, D. José el día 6. Se
diferenciaban solamente en dos días sus edades. Habían coincidido en Roma. Los
dos estudiaron allí y sacaron las licenciaturas correspondientes a sus
estudios. Después de terminar, uno marchó a Badajoz y otro a León, sus
residencias habituales. En el año 1962 volvieron a juntarse en la Capital
pacense y se renovó su estrecha amistad.
Hoy, yo no he podido hablar con D. José. Se ha muerto.
Ya no podré escuchar sus acertadas palabras en cualquiera de los
asuntos que le planteaba. Se ha muerto.
Era un hombre muy instruido. Pero, sobre todo, era sacerdote. Y sus
conversaciones tenían un sello de amor. El amor que había bebido en la Iglesia
de Cristo.
Su funeral, de corpore insepulto,
se ha celebrado en la Catedral Metropolitana de Badajoz el día 10 de Mayo de
2002. Era canónigo de la misma. Más de 100 sacerdotes concelebraron en la santa
Misa, presidida por el Sr. Arzobispo, Excmo. y Rvdmo. Sr. Antonio Montero
Moreno, manifestando el aprecio que le tenían.
El Templo se llenó de fieles: Mujeres, hombres, jóvenes, profesores,
alumnos, militares, políticos. Tantas personas asistieron que no fueron
suficientes las sillas supletorias que se colocaron. De pie permanecieron hasta
el final, sufriendo la incomodidad, para hacer oración por él y para rubricar
que su labor había sido útil, agradable y provechosa.
Era una forma de agradecer sus trabajos y de testimoniar la admiración
al sacerdote, al amigo.
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