RAÍCES CRISTIANAS
DE EUROPA
El año pasado hubo un gran debate sobre las raíces
cristianas de Europa. Querían que se hiciese mención de ellas en la Unión
Europea. Al final, el Tratado Constitucional se quedó sin la mención al
cristianismo y con un somero recuerdo sobre el papel de las religiones en la
construcción comunitaria. Pero basta un breve repaso histórico para descubrir
hasta qué punto están ligadas al cristianismo. Y, por supuesto, España. A fuer
de sinceros, tendremos todos que admitir que la brisa que respiramos no puede
venir de otro mar.
Basta con tener
oídos para oír y ojos para ver para comprenderlo. Händel (1685-1759), el
músico de quien el genial Beethoven decía que era el mayor compositor que ha
existido, se expresaba así estando en Inglaterra, cuando le preguntaron por el
estilo de sus obras: “Llegué a comprender el verdadero espíritu de la
cultura inglesa, que está relacionado con el espíritu cristiano.”
Habría
que estar sordo para no percibir tantas y tan bellas composiciones como se han
producido durante estos siglos que penetran por nuestros oídos con su agradable
sonido y sus sorprendentes palabras que nos susurran en cristiano.
EN
CIUDADES.
Vayamos a
cualquier ciudad europea. Abramos los ojos. Contemplaremos las
maravillosas Catedrales que gritan el pujante cristianismo que en ellas
floreció durante siglos. La gran Catedral en Colonia, la de
Ámsterdam, la de Bruselas, la de Cracovia, la de Praga, la de Berlín... y no
sigo, caro lector, para no cansarte. Quizás la conozcas tú mejor que yo. Y las,
también, hermosísimas Catedrales de ciudades españolas. Ahí están para
que las contemplemos. Ellas nos gritan las vivencias de nuestra sociedad
durante siglos.
EN
PUEBLOS.
Y
no sólo en ciudades, en cualquier pueblo, por muy pequeño que
sea, se alzan las iglesias que dan testimonio de ello. Y encontramos
imágenes en las calles, en las casas, en los cruces de caminos
y en los campos, que proclaman virtudes cristianas. Y, sobre todo,
encontramos presente constantemente la cruz, que es el símbolo
cristiano.
Había que estar ciegos para no ver las costumbres de nuestros antepasados y sus
vivencias.
Con
razón el Papa JUAN PABLO II dijo cuando, en 1982, estuvo en
Santiago de Compostela: Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal,
desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a
encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive
aquellos valores que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en
los demás continentes. Y estaba tan convencido, y lo creía tan importante,
que volvió a decir en el mismo lugar, el año 1989: Deseo una Europa sin
fronteras, que no reniegue de las raíces cristianas, sobre las que surgió, y
que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo.
EL
INICIO.
La propagación empezó en Constantino. Este
emperador (años 274-337) abandonó sus anteriores creencias paganas y se
convirtió al cristianismo. Desde ese momento, comprendió al verdadero Dios, el
amor que nos había propagado por medio de Cristo y la paz que quería reinase
entre los hombres.
Presidió
el concilio de Nicea para evitar la cizaña del arrianismo que amenazaba a su nueva doctrina. Y preparó el terreno
para la buena siembra que inicia la Europa cristiana medieval. Se dice que
empezó en Constantino, pero fue su propagación sin persecuciones, porque cuando
realmente dio comienzo, fue en el año 1 de nuestra era. Con tanta importancia
brilló que cambió el calendario. Año Cero, Nueva Era. Y oficialmente desde el siglo XIV, se enumeran los días, y
los años Antes de Cristo o después de Cristo.
Los siguientes emperadores a Constantino
continuaron dando protagonismo a las enseñanzas
cristianas, pero el que le dio un gran impulso fue el emperador
Carlomagno (años 800-814). Todo su inmenso poder y prestigio lo puso al
servicio del cristianismo, a la copia de
los libros sagrados, a la enseñanza del latín como lengua común, a la vida de
los religiosos. Su vida personificaba la fusión de las culturas germánica,
romana y cristiana, que se convertiría en la base de la civilización europea.
Este legado de Carlomagno lo comprendieron muy bien
dos frailes. Eran Cirilo y Metodio. Estos dos hermanos parecían dos
torbellinos. Estudiaron gramática, retórica, matemáticas, astronomía, física,
música, filosofía y teología. Todo este bagaje del saber lo emplearon en
misionar a los pueblos no creyentes. La labor de estos dos hermanos fue inmensa
hasta tal punto de rebasar los límites de lo históricamente comprobado. Ellos
fueron los que se encargaron de que el cristianismo fuera el elemento
unificador de países con recorridos
históricos distintos, como Irlanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia,
Chequia, Finlandia, Polonia, Hungría, Rumanía, Suecia, España.
En el año
860 son enviados a contactar con judíos
y sarracenos y discutir con ellos. En el año 863 a predicar a pueblos eslavos,
inventan el alfabeto cirílico que está basado en caracteres griegos y con
algunas modificaciones configura los actuales alfabetos del ruso, del
ucraniano, del bielorruso, del servio y del búlgaro. Para estos tradujeron el
Nuevo Testamento.
Influyeron en moravos, eslavos, búlgaros, polacos,
croatas y servios, macedonios, búlgaros, ucranianos y ruso. Estos pueblos los
reconocen como sus padres en la fe, los
que pusieron los pilares de su cultura. Fueron la ciencia y las columnas en las
que se basa la idiosincrasia de estos pueblos europeos.
Hicieron tal labor cristiana que la Iglesia los
tiene como santos y patronos de Europa.
EDAD MEDIA
Martín Lutero era ferviente cristiano, educado según
la vivencia de la sociedad de entonces. Nació en Eisleben de Alemania en 1483.
Estudió en la Universidad de Erfurt.
Quiso vivir con más intensidad la fe cristiana y decidió ingresar en un
Monasterio. Profesó como monje y se ordenó sacerdote.
Pensó que
era la mejor manera de difundir y asentar la fe que él profesaba y que en
Europa hervía con esperanza valedora. Pero detectó unas costumbres que no le
agradaban. De hecho, ya asomaban algunas críticas por diversos lugares. Y formó
el revuelo en el año 1517. No quería dejar de ser cristiano, pero ansiaba que
se cambiaran algunos conceptos que a él no le gustaban. Y predicó el gran
cambio. Lo que se llama “la Reforma Protestante”. Su influencia se extendió
por el norte y éste de Europa.
Uno
de los conceptos concretos que predicó fue que “nada de imágenes en las
Iglesias. Que las figuras que había en esculturas y pinturas de Cristo, de la
virgen María, de los santos y santas no tenían que verse en los templos, que
ese lugar era sólo para orar y predicar”. ¿Y qué pasó entonces? Ocurrió que
los cristianos auténticos se llenaron de coraje y propusieron que las imágenes
fueran veneradas en el tempo y fuera de él.
Las Hermandades,
que se dedicaban a la piedad, a la oración y a ejercer la caridad con sus
socios, se convirtieron en Cofradías, cuyo fin principal es el culto
público. Y sacaron de los Templos a las imágenes para proclamar su fe, siendo
focos de irradiación católica.
Y así empezaron las procesiones exhibiendo las figuras de los santos y,
sobre todo, de Cristo y de la Virgen María, para pregonar la importancia que
tenía lo que ellas representan para los cristianos. Y salieron a las calles, a
las plazas y a los campos.
Por
ello, la Semana Santa sigue mostrándonos nuestras costumbres cristianas,
raíces que no se olvidan. Impresionantes desfiles, llenos de arte. Con gusto
exquisito nos preparan las imágenes de Cristo y de María. Pero en ellos vemos
nuestra propia fe. El Hijo de Dios hecho hombre para redimirnos de nuestra
soberbia, de nuestras ataduras. Sangrando, con corona de espinas, clavado al
madero sus manos y pies a golpe de martillo, sudando el sufrimiento que por
nosotros reparaba. Y la Virgen María, la madre e intercesora de los cristianos,
la blanca paloma, triste con la angustia de ver al Hijo dolorido.
Estas
procesiones no nacieron por mandato del superior, fueron elaboración
espontánea y colectiva del pueblo, estructuradas con el calor y sentimiento del
pueblo, en sus manifestaciones externas e internas. Porque así ha sido España,
así ha sido Europa.
Cristino Portalo Tena,
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