martes, 4 de diciembre de 2018

La joven del siglo XVII







SANDOMIERZ

La joven del siglo XVII.

                Tenía grandes deseos de visitar Sandomierz, ciudad al sudeste de POLONIA. Me habían hablado  de que encontraría cosas espectaculares. Y fuimos.
            Mientras el coche serpenteaba por carreteras estrechas, me contaban que una joven de 17 años, de familia rica, llevaba una vida honesta y sencilla. Con gran belleza física. La miraban con simpatía los jóvenes de la ciudad. Con especial agrado contemplaba a uno de ellos.

            Era en el siglo XVII, por los años 1680. Los padres quisieron unirla a un acaudalado y le obligaron a casarse con un anciano, que poseía gran fortuna. Se entristecía la joven con tal proposición. Tanta fue la angustia que murió. Y a esa joven puedes ver, Cristino.

            - “¿Qué?”, contesté extrañado.
            - “¡Que la podrás ver!”
            Aquello avivó más mi ansiedad por llegar a la ciudad.
            Cuando paró el coche, anduvimos aprisa por aquellas vetustas calles, hasta llegar a una plazuela. Había una pequeña iglesia. En la fachada tenía una figura de san José en azulejos, con una leyenda. Mientras intentaba yo descifrar aquellas palabras polacas, desapareció mi interprete. Quedé yo confuso. Miraba yo a la izquierda, a la derecha y a todos lados. Por fin, vi que salía de una vivienda acompañado de una monja. Esta religiosa era muy joven, con hábito negro, de sublime humildad en sus andares y en su rostro. Cuidaba la Iglesia.
                                    JOVEN DEL SIGLO XVII
            Entramos. Contemplamos los altares, los  cuadros y las imágenes. Todo sumamente limpio. Nos hizo bajar a un sótano. Un amplio recinto y en el centro un ataúd de cristal.
            –“Acérquese”, me dijeron.
            Observé a una joven dentro del ataúd,  vestida, con una cara risueña, como a
si estuviera viva. Su cara, pies y manos tenían la piel como cuero curtido.
            -“La hemos cubierto de cristal, porque las gentes querían tocarla constantemente”, me dijo la monja.
            En la pared, dos paneles explicaban la vida de la joven.
            Me quedé contemplando aquella singular exhibición, entre paredes cuidadosamente blanqueadas.
            La monja me miró: “Si recibe algún beneficio por mediación de ella, le ruego nos lo comunique, pues estamos recopilando datos para su beatificación.” Una intérprete me lo explicó con palabras entrecortadas.
            Quedé impresionado, no solo por lo que veía, también por la delicadeza de la monja.  Es un gozo tratar con estas religiosas  por su atención, su sencillez y dulzura en el trato.
                                   LA CATEDRAL
            Marchamos a la Catedral. Hermosa Iglesia  de planta basilical. Nos atendió un hombre que devotamente rezaba el rosario. Era el sacristán. Con el rosario entre sus manos, nos fue enseñando y explicando el Coro, la vida de los Canónigos  y los Altares.
                                                                       Cristino Portalo Tena

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