martes, 4 de diciembre de 2018

Éfeso





ÉFESO.

En las vacaciones del verano, en 2007, fuí a Éfeso, en Turquía. Esta metrópolis romana había sido  muy importante. 
En ella estuvieron gobernando los Griegos, los Persas, los Romanos, Godos, Árabes VII-VIII, Bizantinos, Turcos, Tamerlán.
Fue uno de los puntos  cardinales de la cultura y del comercio
 mundiales. Decía Herodoto que el lugar  gozaba ¨del cielo más puro y del mejor clima conocido¨.
Se le llamó ¨la primera y la más poderosa metrópoli del Asia¨
Ahí estaba una de las siete maravillas del mundo, que era el ARTEMISIÓN, templo a la diosa Artemisa.
Fue muy significativa la presencia de Alejandro Magno                           
y la genial organización urbana diseñada por su general
Lisímaco, en el año 301 a. C.                                                                                           
                                                                                                                                                                                                          

PARA LOS CRISTIANOS                                                                    

tiene también mucha importancia, porque en esta ciudad:
Vivió san Juan Evangelista.
Escribió el cuarto Evangelio y las epístolas de san Juan.
Enterrado en la entonces aldea de Éfeso “Selçuk”, en donde está su basílica. (Esa aldea se llama así, que significa los invasores.)
Fue la capital de las Siete Iglesias que san Juan menciona en el Apocalipsis.
San Pablo estuvo dos años predicando diariamente, “de manera que todos los habitantes de Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos”. (Hechos, 19,1-10).
Se constituyó una comunidad florenciente de Cristianos.
 Favoreció las cartas de san Pablo a los Corintios (primera), a los Filipenses y quizás a los Gálatas.
Vivió la Virgen María, San Juan Evangelista, Santa María Magdalena, San Timoteo discípulo de san Pablo.                                                               
San Máximo fue martirizado en tempo del Emperador Decio, en el año 250 d. C. Y otros muchos cristianos  proclamados Santos por la Iglesia, algunos martirizados.
Pero especialmente  Éfeso es conocida por el famoso CONCILIO DE EFESO, que se celebró en la Iglesia de la Santísima, que se llamó desde entonces la IGLESIA DEL CONCILIO. Siendo la primera IGLESIA QUE EN EL MUNDO DEDICADA A LA VIRGEN MARÍA incluso antes del Concilio en la que se proclamó Madre de Dios.

LA CASA DE MARÍA

El autobús llegó puntual. Era vistoso, pintado con varios colores. Predominaba una ancha franja azul. Parecía recién estrenado.
Eran las siete. El sol hacía más de una hora que había despertado. Dentro del vehículo venían dos viajeros. Tenía que recoger varias personas en este hotel. El guía turístico con la lista en la mano fue enumerando uno a uno y colocándolos en los asientos: Los había ingleses,  alemanes, holandeses, rusos, españoles y un belga. Faltaba uno: el belga. El guía se puso nervioso y entró presuroso a la recepción del Hotel para reclamarlo. Era muy necesario para el grupo. Sabía francés, inglés y español. Había de ser muy valedero en las traducciones. Apareció abrochándose la camisa y disculpándose por el cambio de hora en Turquía, con referencia a la hora europea, que daba lugar a confusiones. Y lo hacía dándose golpes con el dedo índice de la mano derecha en su reloj de pulsera.
¡Merhaba! –dijo al llegar.
Era el saludo turco, equivalente al ¡Hola! Castellano, una de las pocas palabras que habíamos conseguido aprender y que constantemente usábamos: al encontrarse en cualquier sitio y con cualquier persona. Merhaba!, al entrar en el recibidor en donde atendía una señora con vestido turco y turbante ucraniano anaranjado. Merhaba!, al entrar en el comedor, donde saludaba un camarero con mandil negro que le llegaba hasta el suelo. Merhaba!, al que trabajaba en los jardines colocando macetas de flores que enterraban entre la hierva. Merhaba! al camarero que con bandeja en la mano ofrecía copas. Merhaba!, los guías que orientaban. Merhaba! acompañaba a la sonrisa.
Este belga había estado en España. Estuvo en Badajoz y conocía Elvas. Hablaba español con soltura. Recordaba la calle de san Juan y las baratas toallas de Portugal, esas que no empapan el agua porque son de fibra.
El autobús subió una espinada cuesta y comenzó a  circular por la carretera general, de solo dos carriles, ida y vuelta, pero suficientemente ancha. A los pocos kilómetros, otra parada, cerca de la ciudad de Halicarnaso (hoy Bodrum). Teníamos que recoger a quince turistas más.
Atravesamos la ciudad, que veríamos otro día, por su importancia histórica. Continuamos el viaje dirección a Esmirna. Terreno muy montañoso, junto al mar Egeo, grandes plantaciones, especialmente olivos. Nos dijo el guía que Turquía era especial esportadora de aceitunas para Asia. Pasamos un gran lago y nos hablaron de la pesca que allí se efectuaba con regularidad.
Después de muchos kilómetros entre montañas y curvas, íbamos llegando a Éfeso. El guía, que nos iba hablando de las delicias del terreno y de las frutas que se cultivaban, nos llamó la atención diciéndonos que encontraríamos ya un indicio de la gran metrópolis. Y efectivamente, vimos un acueducto que unía dos montañas. Debía tener unos 30 metros de largo. Un Español hizo una mueca de asombro, frunciendo el ceño y haciendo un gesto despreciativo con la mano diestra, acordándose, sin duda, del gran acueducto de Segovia. El guía turístico se dio cuenta y volvió a coger el micrófono para decirnos a todos que ese acueducto tenía más de 5 kilómetros de largo y surtía de agua, que venía de las altas montañas de bülbül-dag, a la gran metrópolis.
– Primero vamos a ver la casa de María –dijo el guía.
Se hizo un murmullo entre todos los viajeros, que se miraban extrañados. El belga levantó la voz:
¿Qué María es esa? Yo recuerdo a Cleopatra, a Artemisa..., pero con ese nombre no he leído nada de mujer famosa entre los romanos de Éfeso.
– Se trata de María, la Madre de Jesús de Nazaret.
Un inglés, que tenía bigote canoso y hablaba constantemente con la mujer que ocupaba asiento junto a él y debía ser su esposa, se levantó y mirando al guía le espetó:
– Oiga, a ver si somos serios. La Santísima Virgen María estuvo en Nazaret y también en Jerusalén, presenciando y sufriendo la muerte de su divino Hijo. Allí pasó sus últimos años. Yo lo he leído en algunos escritos. Es lo que está en mente de los cristianos que yo trato y es lo más lógico.
– Los descubrimientos que se han hecho dan la razón a las revelaciones de Katharina Emmerick. Ella dice que María vivió tres años en Sión, tres años en Betania y nueve en Éfeso, a donde Juan Evangelista la había llevado. Ustedes podrán comprobar la realidad.
El autobús nos parecía que temblaba. La emoción se  masticaba. Unos movían la cabeza, quizás dudando, otros parecían quedar en un pensamiento profundo. Todos callaban. La mujer del bigotudo inglés miraba a él con los ojos fijos. Todos los que íbamos parece ser que eran fervientes cristianos. Una mujer sacaba un rosario y lo besaba.
Al llegar a la puerta de entrada a Éfeso (una de las tres principales que tenía la ciudad), el autobús giró a la izquierda. Abandonábamos la metrópolis.
– Vamos al monte Bülbül-Dag (en castellano Monte del Ruiseñor) –nos dijo–. Es una montaña que está a 7 kilómetros de la gran metrópolis. Allí hay unas cuevas subterráneas  y rocosas  a las que se adosaban habitáculos a manera de viviendas,  separadas entre sí, en donde los cristianos vivían. La Virgen María se comunicaba con otras familias cristianas.  Eran como caseríos aislados en el campo. A este lugar se la llevó Juan evangelista cuando fue a predicar el evangelio de Cristo. Está a 380 metros sobre el nivel del mar. Desde allí se divisa el mar con sus numerosas islas y las ciudades.
Subíamos por una carretera estrecha llena de curvas. No había barras laterales protectoras. Íbamos viendo el valle que era cada vez más profundo. Algunos no querían mirar porque temían el vértigo. Y era para tenerlo. Oían a  los que comentaban la belleza del paisaje, lleno de arboleda y vegetación.
Llegamos a una llanura. El vehículo paró y aparcó. Había que seguir el camino a pié. Los puestos de venta sobre informaciones del lugar y de recuerdos se multiplicaban: cadenas, medallas, postales, especialmente de Éfeso y sus cercanías, folletos explicativos de monumentos y ciudades turcas, camisas deportivas... Lo normal en los que aprovechan la estancia de turistas para ganarse unas liras turcas. Nadie se detuvo. Estábamos deseando de llegar a nuestro destino. 

Poco tuvimos que subir para recibir gratas sorpresas: observamos una imagen de la Virgen de gran tamaño. Era como la de la medalla milagrosa. La habían colocado los Padres Paules que en siglos pasados residían y cuidaban el lugar. Estaba en el centro de una pequeña explanada. Todos nos detuvimos y tocamos el bronce de aquella hermosa imagen.
A lo largo del camino habían plantado olivos. Los pusieron los Padres Paules. Era una agradable Avenida que infundía paz. Nosotros nos acercábamos a los olivos para que su sombra nos librara de los ardientes rayos del sol. Hacía mucho calor, a pesar de estar en terreno elevado y el suave aire.
– ¡Una iglesia! – gritó alguien.
Todos le miraron. Él señalaba con el brazo diestro extendido hacia el lugar. No era fácil verla por los árboles frondosos que la rodeaban.
– Es la casa.
Todos nos acercamos para pedirle explicación razonada. Y el guía volvió a hablar:
– Es la Casa de la Virgen. En las excavaciones que se hicieron encontraron unos muros que no se han querido derribar para conservar el edificio antiguo, honrándolo con una verdadera Capilla, erigiéndola encima, construida con cuidado.  En sus alrededores se encontraron ánforas, esqueletos, utensilios de cocina, y trozos de ladrillos comparados a los de los monumentos de los primeros siglos de nuestra era.

No habíamos llegado aún a la cima de la montaña. Quedaba, según decían, más de un kilómetro de camino. Y nos extrañaba encontrar aquí lo que debía estar en las cuevas de la cima, que les protegía. Queríamos saber quién había hecho este cambio. Y nos lo aclaró:
– Cuando las persecuciones a los cristianos dejaron de ser violentas, especialmente en estos lugares, Juan evangelista le hizo a la Virgen María una casa en este lugar, abandonando la cueva de la montaña.
Pasamos de la Avenida al Atrio que está ante la Iglesia. Una pequeña explanada, donde se descubrieron muchas de las cosas que se usaban en la antigüedad. Ahora nosotros veíamos en su contorno unos arcos hechos con piedras y ladrillos que pertenecían a viviendas de familias en los primeros siglos. Eran indicios evidentes. En el centro del Atrio un gran hoyo, a manera de estanque, que le llaman impluvium, que debería ser para recoger las aguas porque hallaron una canalización de agua  que partía de un manantial junto a la casa. Y en el lado del camino unos paneles explicando en varios idiomas el espectacular descubrimiento de este lugar sagrado.
En un lateral de la casa, una Terraza con un altar. Había sido un terraplén que fue acomodado para las ceremonias al aire libre. Aquí celebró la Misa el papa Juan Pablo II, el 30 de noviembre de 1979, ante dos mil fieles, venidos de regiones turcas y de otras naciones.


                     LA CAPILLA
Emocionados, nos acercamos a la Capilla. Era pequeña. Estaba hecha de piedra y ladrillos. Aunque sencilla, los muros eran fuertes. Tenía agregada otra pequeña edificación en el fondo, como si fuera una sacristía. Entramos en la Capilla. Íbamos de uno en uno. La puerta era con arco de medio punto. Nos pareció elegante, a pesar de su sencillez. Un pequeño vestíbulo en la entrada.
En el muro de la izquierda del vestíbulo observamos una placa con unos escritos. Eran fáciles de leer y se comprendían bien. Decía: “Pablo VI, 26 de julio de 1967. Juan Pablo II, 30 de noviembre de 1979”. Era una placa conmemorativa de la visita que estos papas hicieron.
Enfrente, sobre el arco de entrada a la Capilla un grabado en cobre. Contemplando el cuadro nos llegamos a juntar cuatro personas: un matrimonio, el belga y un español. La mujer dijo algo, que debió ser en inglés, porque el belga le tradujo al español, y al oído le susurró a éste: dice que qué es eso. Le contestó: es una referencia a lo que dice el Apocalipsis, en el capítulo 12 “el dragón persiguió a la mujer que había parido un hijo varón, pero fuéronle dadas a la mujer dos alas de águila grande  para que volase al desierto, lejos de la vista de las serpientes”. Abrimos los ojos de admiración, comprendiendo que se cumplía aquí lo que Juan había escrito.
Dos escalones tuvimos que subir para entrar en la Capilla. Impresiona. Se siente un recogimiento especial. Enfrente, en un nicho, la imagen de la Virgen, igual que la que habíamos visto a la entrada de la Avenida, es decir, como se representa en la medalla milagrosa, con las manos extendidas. Delante de ella, un altar con todos los preparativos para poder decir la santa Misa.
En un rincón había una señora, sentada, rezando el rosario. En el rincón opuesto, un fraile en profunda meditación. En un lateral, una plataforma de metal con velas encendidas que eran muy pequeñas y finas. Cogimos velas del cesto y encendimos una. Queríamos perpetuar nuestra presencia de fe. A la izquierda del altar, en un nicho muy antiguo, se ve una lámpara de bronce, que había sido ofrecida por el Papa Pablo VI durante su visita a este lugar el 26 de julio de 1967. Delante del altar una losa negra. Nos informaron que en las excavaciones habían descubierto losas ennegrecidas por el humo, y que debajo habían encontrado cenizas. A estas cenizas habían sido atribuidos algunos milagros reconocidos por la autoridad diocesana. Nos quedamos pensativos y recordando que aquí estuvieron haciendo oración Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI...
Oímos una voz: “están esperando”. Comprendimos que otras personas estaban deseando entrar. A la derecha del altar había una puerta por donde pensamos se iba a la sacristía. Pero ¡oh, sorpresa! Era la “habitación de María”. Según la descripción que había hecho Katharina Emmerick era el “dormitorio de María”. Nos miramos. No pronunciamos palabra por la emoción. Nos dedicamos a observar. En la pared había, escritos, versículos del Corán. Extraño para nosotros. El Responsable musulmán de Izmir (Esmirna), a donde pertenece este lugar, los había mandado poner para manifestar que los musulmanes también honran y respetan a la “Madre María”, cuyo nombre es mencionado 34 veces en el Corán.
Salimos entusiasmados de lo que habíamos visto. Nos sentamos un rato en unos pequeños muros, tomando el aire fresco que nos regalaban los árboles traspasando sus hojas. Comentábamos la grata visita que habíamos realizado.
Vimos algunos de los exvotos ofrecidos en reconocimiento de los favores recibidos, así como un muro, cuyos agujeros y grietas estaban rellenos de papelitos, en los que el visitante quedaba su oración y su sentimiento. Esto recuerda lo que se hace en el muro de las lamentaciones en Jerusalén.
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PRUEBAS DE LA REALIDAD DE LA CASA DE LA VIRGEN MARÍA

Siguiendo las indicaciones de las revelaciones de Anna Katharina Emmerick, un sacerdote del colegio del Sagrado Corazón de Esmirna (hoy Izmir) y dos amigos suyos se aventuraron a buscar por aquellas montañas y encontraron una capilla en ruinas, semioculta entre los árboles y las rocas. Según la opinión de muchos, ahí vivió la Virgen María sus últimos años en este mundo. Se encuentra a 80 Kilómetros de Esmirna, a 7 Km de Éfeso, en el monte Bülbül-Dag (El monte del Ruiseñor), a 380 metros sobre el nivel del mar.
¿Quién era ANNA KATHARINA EMMERICK?
Anna nació el 8 de Septiembre de 1774 en las cercanías de Flamschen cerca de la ciudad de Coesfeld. Se crió en unión de 9 hermanos. Desde su niñez tenía que ayudar en la casa y en el trabajo del campo. Su asistencia escolar fue corta. Ya a su edad temprana, los padres y todos los que la  conocían se daban cuenta de que se sentía atraída a la oración y a la vida religiosa de una forma extraordinaria.
Anna Katharina Emmerick abrigaba el anhelo de entrar en un convento. Acudió a varios. Pero no era admitida. El motivo principal era la falta de la dote. Seguía trabajando en diversos oficios, especialmente en la costura y en el servicio en las casas.
Por fin, en 1802, pudo entrar en el convento de Agnetenberg de la ciudad de Dülmen. En la vida de comunidad daba un ejemplo admirable en su cumplimiento. Enfermaba con frecuencia y tenía grandes dolores.
En 1811 el Convento fue abandonado a consecuencia de la secularización. Un sacerdote refugiado de Francia, que vivía en Dülmen, la recibió como ama de casa. Pero poco después enfermó y tuvo que permanecer en la cama con grandes dolores, hasta su muerte. Durante este tiempo recibió los estigmas. Los dolores de los estigmas los había sufrido ya desde hacía mucho tiempo. El hecho de que llevara los estigmas de Cristo, no podía quedarse oculto. El Dr. Franz Wesener, un médico joven, la visitó y quedó impresionado. Se convirtió en un amigo fiel y ha conservado un diario con multitud de detalles.
Anna Katharina era sumamente caritativa. Donde veía una necesidad, intentaba ayudar. Muy devota de la Virgen María, a quien le tenía una veneración ardiente.
Muchos personajes famosos buscaban su encuentro. Una importancia especial la alcanzó el encuentro con Clemens Bretano (1778-1842) poeta del romanticismo alemán. De su primera visita en 1818 surgió una permanencia de 5 años en Dülmen, convirtiéndose en su secretario. Cada día visitaba a Anna Katharina y tomaba notas de lo que iba diciendo en sus revelaciones. Lo que publicó más tarde.
En verano de 1823 Anna Katharina se debilitó mucho. Falleció el 9 de febrero de 1824. Años después vieron el cajón de su cadáver y se encontró en perfecto estado.
 Los libros que escribió Clemens Brentano fueron dos: “La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”. En sus relatos se inspiro Mel Gibson  para hacer la película “La Pasión de Cristo”.
El otro libro se titula  “La vida de la Virgen María según las revelaciones de Anna Katharina Emmerick”. En él relata con descripciones extraordinariamente precisas de hechos, de lugares y personas que la enferma no había podido conocer de ninguna manera. Esto provocó en primer lugar la curiosidad, después la admiración y el interés, no solamente en la opinión pública sino también de algunos intelectuales.
En ese libro se escribe:
 “Después de la Ascensión de Cristo, María vivió tres años en Sión, tres años en Betania y nueve en Éfeso, a donde Juan la había llevado poco tiempo después de que los judíos hubieran abandonado en el mar a Lázaro y a su hermana.
María no vivía en el mismo Éfeso sino  en sus alrededores, donde algunas mujeres de entre sus más allegados se habían instalado ya. La residencia de María se encontraba a unas tres leguas y media de Éfeso, viniendo de Jerusalén, sobre una montaña a la izquierda.
Al sur de Éfeso,  unos senderos conducen a una montaña cubierta de vegetación. Cerca de la cima de la montaña se encuentra una llanura accidentada, recubierta asimismo de vegetación, de un perímetro de media legua, donde se afincaba dicha instalación.
Se trata de un paraje solitario, con numerosas colinas fértiles y no muy abruptas, en las que se encuentran pequeñas cuevas rocosas entre extensiones de arena, agreste pero cultivable, con muchos árboles de troncos lisos, que con sus formas piramidales sombrean el lugar.
Numerosas familias cristianas y santas mujeres vivían ya en este paraje, algunas, en cuevas subterráneas y rocosas a las que se adosaban habitáculos en madera a modo de habitaciones, y el resto en frágiles tiendas de lona. San Juan, tras haberle hecho construir la casa, llevó allí a la Virgen. Estos cristianos se habían refugiado en la zona antes de la gran persecución.  Como dichos cristianos habían aprovechado a modo de vivienda tanto las cuevas como los abrigos que les ofrecía la naturaleza, sus hogares estaban bastante aislados y la mayor parte se encontraban separados entre ellos por una distancia de un cuarto de legua. El conjunto tenía el aspecto de unos caseríos aislados en el campo.
Sólo la casa de la Virgen estaba hecha de piedra. Un caminito que pasaba por detrás de la casa, conducía hasta la cima rocosa de la montaña, desde la que se divisaban, por encima de las colinas y los árboles, Éfeso y el mar con sus numerosas islas. El lugar está más cerca del mar que Éfeso, que se encuentra alejado varias leguas de la costa. El paraje solitario y retirado”.

PRIMERA NARRACIÓN DEL DESCUBRIMIENTO
Las Hijas de la Caridad tenían a su cargo el Hospital Francés de Esmirna y leían este libro de la Virgen en el refectorio, mientras comían. Les decía misa los Padres Paules que eran profesores del Sagrado Corazón de Esmirna. Estos padres decidieron comprobar la verdad de estas revelaciones. Uno de ellos, el padre Poulin cuenta lo que sucedió en aquellos días de la siguiente manera:
“Hacia la mitad del mes de Noviembre de 1890, caía en las manos de algunos sacerdotes que residían en Esmirna  la Vida de la Virgen de Katharina Emmerick. Dichos sacerdotes, que es preciso confesar que no estaban muy bien predispuestos  a aceptar las pretendidas revelaciones, leyeron sin embargo el libro.
Su sorpresa fue grande al encontrar, en lugar de las fantasías que ellos esperaban, un texto lleno de sencillez, candor, veracidad y sentido común.
Hicieron partícipes de su lectura  a cuantos le rodeaban. Se suscitaron a raíz de ello interesantes y prolongadas discusiones en las que unos, la mayoría, criticaban con labia y humor; y otros – los que habían leído el libro – replicaban con paciencia  infatigable que sin delimitar la cuestión de fondo, había al menos tres méritos que no se podían negar a las visiones de Katharina Emmerick: El de la buena fe, el de la piedad y, finalmente, el de no introducir nada que no pudiera cuadrar perfectamente en los datos del Evangelio.
En los dos últimos capítulos, la vidente nos cuenta cómo la Virgen residió en Éfeso, o mejor dicho, en los alrededores de Éfeso, en una casa construida para ella por San Juan. Y allí mismo describe con mil detalles, no tan solo las características de la casa, sino también la de los alrededores, la orientación, las distancias, etc.
Ante esta lectura no hubo más que una voz en los dos bandos: ¡Es preciso ir a comprobarlo!... Y, efectivamente, se tomó la decisión de ir y ver. No podía, en efecto,  presentarse mejor ocasión, tanto para los que deseaban atrapar a la vidente en flagrante delito de falsedad, como para los que querían probar su veracidad hasta el extremo de la evidencia.
El más escéptico de los oponentes – que no el menos competente en la materia – fue encargado de organizar la expedición: el padre Jung.
Tomó consigo a otro sacerdote, un antiguo soldado de 1870 que, como él mismo, tampoco creía mucho en las “revelaciones de Katharina, un sirviente para llevar el equipaje, un obrero de los ferrocarriles, y partió, firmemente decidido a inspeccionar toda la montaña para dejar bien sentado que no había en ella nada de lo que se suponía, y terminar de una vez para siempre, como él decía, con esas ´fantasías de mujer`... Pero vamos a comprobar cómo ocurrió todo lo contrario.
El 29 de julio de 1891, miércoles, día dedicado a San José y festividad de Santa Marta, se internaron resueltamente en la montaña con la brújula en la mano y avanzando rectamente en la dirección señalada por Anna Katherina Emmerick...
Finalmente, hacia las 11 de la mañana consiguieron alcanzar una llanura en cuyo remate se encontraba una plantación de tabaco en la que trabajaban algunas mujeres.
En otras circunstancias, la vista de estas mujeres y del campo del cultivo no les hubiera llamado mayormente la atención, vencidos por la fatiga y muertos de sed y calor, no tuvieron más que un solo pensamiento y una sola palabra:  ¡agua!
–Se nos ha acabado el agua, respondieron las mujeres, pero, allá abajo, en el ´monasteri` hay una fuente – y les señalaron con la mano una arboleda durante unos diez minutos del lugar en el que se hallaban, en cuya dirección se pusieron a correr.
¡Cuál no sería su sorpresa, cuando al acercarse a la fuente descubrieron a pocos pasos, ocultas por unos grandes árboles, algo así como las ruinas de una casa antigua o capilla!
De repente un pensamiento en sus mentes. El campo que acababan de atravesar... estas antiguas ruinas... el nombre de ´Panaya Kapulu` (Puerta de la Virgen) con el que se denominaba al lugar... estas rocas cortadas a pico... la montaña que se alzaba a sus espaldas... el mar que se divisaba entre ellos en la lejanía... ¿Cómo? ¿Habremos ido a parar sin saberlo, al lugar que buscábamos?... La emoción era intensa. ¡Rápido! ¡Hay que cerciorarse!.
Katharina Emmerick había dicho que desde la cima de la montaña que alberga la casa, se divisa a un lado Éfeso y al otro, el mar, más cercano a este punto que a Éfeso.
Olvidando cansancio, calor y sed, treparon, corrieron, y llegaron a la cumbre de la montaña. Toda posible duda se desvaneció. A la izquierda se levantaba ´Aya Solouk`, el Prion y la llanura de Éfeso que la rodeaba en forma de herradura, y a la izquierda, el mar, no muy lejano con la isla de Samos al fondo.
Sería difícil de explicar la sorpresa y la alegría que embargaba a nuestros exploradores.
No obstante, era necesario no dejarse llevar por las simples apariencias. Había que asegurarse bien antes de emitir un juicio, antes incluso de hablar.
Los dos días siguientes se emplearon en examinar la casa, el terreno, la orientación, los lugares vecinos... Tras estos dos días de examen, la convicción era total. El grupo regresó entonces a Esmirna a dar parte tanto a amigos como a ´enemigos` de su sorprendente descubrimiento. Quince días después, el trece de agosto, se emprendió una segunda expedición a los mismos lugares para comprobar el informe de la primera. Se pudo constatar la exactitud de lo que habían afirmado los integrantes de la primera expedición, e incluso se aportaron algunos detalles nuevos, favorables, que se habían escapado a la observación del primer equipo.
Entre el 19 y el 25 de agosto tuvo lugar la tercera expedición, integrada por el jefe de la primera y cuatro o cinco laicos de vasta cultura y formación. Esta última expedición permaneció toda una semana sobre el terreno: midiendo, dibujando, fotografiando y señalando con la mayor exactitud posible todo lo que veían aunque pareciera de mínima importancia. Tras seis días de labor regresaron a Esmirna con planos, mapas, mediciones, dibujos y fotografías, pero sobre todo, con el pleno convencimiento de que habían encontrado lo que buscaban y de que no había, pues, necesidad de ir a buscarlo en otro lugar.
Digamos igualmente que la autoridad diocesana se pronunció, consagrando de alguna manera con su propio testimonio todo aquello de lo que ya habían dado fe los precedentes, y dándoles por el carácter oficial de su palabra el último sello de veracidad y de autenticidad.
El jueves día 1 de diciembre de 1892, Monseñor Timoni, Arzobispo de Esmirna, de la que depende Éfeso, queriendo apreciar por sí mismo la exactitud de los informes que, de diversas fuentes le habían hecho llegar, se personó en el lugar en compañía de una docena de notables, tanto laicos como eclesiásticos. Después de haber observado atentamente con sus propios ojos, Su Ilustrísima reconoció, como lo había hecho todo el mundo, que existía una innegable semejanza entre la casa de ´Panoya Kapulu` y la descrita por Katharina Emmerick, no dudando en consignar el echo mediante un proceso verbal público y Oficial.
Había llegado el momento de decir al mundo cristiano:
¿No es acaso lo que aquí se ha encontrado, la casa en la que habitó la Santísima Virgen María durante su estancia en Éfeso?”.
NOTA: El relato está tomado del folleto publicado en Esmirna por Jorj Abajoli Maatbacilik.


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LA GRAN METRÓPOLIS

Volvimos de la visita a la CASA DE MARÍA recorriendo el mismo camino y montamos en el autobús, serpenteando aquellas peligrosas vueltas hasta llegar a Éfeso.
Apenas comenzamos a caminar por la metrópolis nos dimos cuenta de la gran cantidad de piezas que existía por aquellos terrenos: trozos de columnas, de capiteles, de estatuas muy mutiladas y muchos otros elementos que estaban mezclados con la tierra y la hierba. Algunas columnas se contemplaban enteras con sus capiteles, porque las habían armado con sus trozos para que el visitante pueda darse cuenta del arte que suponía.
Sin embargo vimos los restos de grandes casas y palacios, monumentos adornados con mármoles, mosaicos, estatuas, bustos y frescos, que, aunque muy dañados, se podía comprender la grandiosidad de la ciudad con esos elementos que aún quedaban. Ciudad que llegó a tener más de doscientos mil habitantes. Y que había sido la más importante de todo el mundo romano por su vida científica y cultural.
El Pritáneo, que era el centro religioso y administrativo de la Ciudad, que cumplía la función parecida a la que tienen hoy nuestros Ayuntamientos.
La Vía de los Curetos. Éstos solían representar teatralmente, en ciertas épocas del año, el nacimiento de la diosa Artemisa.
La Fuente de Trajano, rodeada de estatuas.
Las Termas de Escolastiquia, que tenían mucha importancia para la ciudad. Con baños públicos y baños para las clases pudientes.
El Templo de Adriano, sobre los frisos se ven talladas la historia de Éfeso, las amazonas y una procesión ceremonial de Dionisio. Las grandes casas de las laderas, junto a las cuales estaba el Odeón, el pequeño teatro.
 La biblioteca de Celso. Edificio monumental, en donde se custodiaban los rollos de libros.

El Ágora estatal, que es de grandes dimensiones. Tiene 111 metros de largo en cada lado.
El gran teatro. El más grande entre los antiguos teatros existentes, tiene una capacidad para 24.000 espectadores.
La Iglesia de la Virgen. Fue la primera iglesia consagrada a María. Es llamada también Iglesia del Concilio, basílica en donde se celebró el Concilio el año 431, proclamando a la Virgen María “Madre de Dios”.
El estadio, que tiene forma de herradura y mide 230 m. de largo por 30m de ancho.
La caverna de los siete durmientes, en donde vivieron unos santos monjes. Tiene Iglesia.
Templo de Artemisa. Se ven algunos restos en donde dicen estuvo el tempo de Artemisa, que en aquella época era una de las siete maravillas del mundo.
La Iglesia de san Juan. A la muerte del apóstol, se construyo sobre su tumba esta hermosa basílica. Durante la edad media centenares de peregrinos visitaron este lugar debido a la creencia de que salía polvo milagroso de una ventanilla horizontal encima de la cámara funeraria.
Habíamos terminado la vista a la metrópolis. Tardamos dos horas en recorrerla. El autobús nos esperaba para volver a nuestro destino.


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